Así que tras algunos días de infructuosas ventas de artesanías, con María terminamos en una extraña feria de naciones (con griegos, argentinos y mamitas bolivianas) sin un cobre, con nuestras mochilas en un descampado cerca de la costanera, listos a armar la carpa donde fuera (que los pacos o los vecinos sapos no nos vieran) en caso de que la noche nos cogiera sin haber vendido nada.
Y como siempre, los milagros empezaron a sucederse de forma misteriosa (siempre asociados con alguna estrellita, starky, del Camino), trayéndonos una venta que, lejos de darnos el dinero para el hotel (o su dirección), nos llevó por un camino de prosperidad (en cobres, techos, festines y pacíficos chilenos) que, aunque previsible, era totalmente imprevisto.
Nancy estudiaba odontología. También su ex novio, Boris, con quien había viajado por algunas regiones de Chile, Perú y Ecuador, con algunos dineros ahorrados y trabajando en restaurantes. Se acercaron al parche preguntando por un collar, pero enseguida supimos que se trataba de otro buen par de integrantes de la familia entrometida (su verdadera intención era en el fondo un nuevo encuentro con otras realidades del Camino).
Formaban parte (periférica o no) de aquella tribu de caminantes latinoamericanos a la que nosotros pertenecíamos. E imbuidos en esa fraternidad, con dejos de nostalgia y algo de deseo sublimado (viendo nuestras mochilas prestas a dormir en cualquier descampado), nos invitaron a cenar y pasar la noche en su casa.
Fue el comienzo de una serie de invitaciones que pronto nos situaron en una de esas rachas de vacas gordas que da el Camino (y que dejan suelto al perro del Príncipe Patagón). En el par de semanas que nos quedamos en Antofagasta, Nancy y Boris (y un importante grupo de seres como ellos), nos deleitaron con su compañía, su hospitalidad, fastuosas cenas con platos típicos de la región, vinos de esos tan ricos que hay en Chile, marihuanita (inconseguible o impagable en aquel desierto), y una serie interminable de atenciones que no venían precisamente de una posición holgada económicamente. Además, por supuesto, como siempre, nos suministraron una serie de claves políticas y culturales sobre su país, avatares de este sangrante presente globalizado de los que nunca nos vamos a enterar por los medios oficiales.
Lo más increíble fue que en medio de aquella confusión (cruce sin cruz) de historias (fueguitos del alma que convocarán un nuevo mundo), pronto pudimos comenzar a devolver toda aquella generosidad de seres (no solitos) y enseres (arteartilugios), no sólo con artesanías y músicas, sino también con comidas y vinos financiados por el parche que, con su ayuda, comenzó a dar excelentes frutos (cobres) en la puerta de la Universidad de Antofagasta.
Ahí conocimos a un grupo de estudiantes que nos introdujeron en la historia reciente de su país, a través de sus charlas y la proyección del documental La Batalla de Chile (un excelente trabajo documental sobre el gobierno de Salvador Allende y las conspiraciones en su contra, rescatado clandestinamente de las hogueras de la dictadura en historias de fugas, barcos y polizones).
Personajes raros para la actual universidad “pública” chilena, donde la Violeta ya suena tonta cantando aquello de “me gustan los estudiantes” entre celulares, costosos vestidos, y una ganas tremendas de acceder lo más pronto posible al mercado laboral y sus posibilidades de consumo sin importar las discusiones políticas, culturales, sociales o cualquier otro pensamiento que no sea el de divertirse en grandes fiestas y cumplir con los mínimos requisitos indispensables para acceder al bienaventurado cartón universitario. Demostrando que no sólo lo popular ha sido desterrado mediante costosos aranceles o créditos estudiantiles impagables, sino que también ha desaparecido todo rastro de ese furor de actividades (discusiones) que solía caracterizarla (cuando la Violeta componía, los Jaivas se reunían en sus patios, Humberto Maturana desarrollaba su teoría de la autopoiesis, o el Víctor Jara daba clases en la Universidad de Santiago de Chile, creada especialmente por Allende para los trabajadores de bajos ingresos).
Un escenario que poco a poco también ha comenzado a apoderarse del resto de universidades del continente, donde los gobiernos siguen a rajatabla (en este como en otros campos) el modelo del tigre económico del sur.
No es casualidad ni noticia. Cualquiera sabe que el modelo (descalabro) impuesto a sangre y fuego por la dictadura de Pinochet sigue los modelos del tigre económico del norte (principal responsable de todo este sangrante presente globalizado, bendito descalabro mundial) que, orgulloso de su mejor alumno, lo muestra como ejemplo al resto del continente (deseoso de pintarse las rayas).
A la hora de salir a retacar con artesanías, música, libros o cualquier otra estratagema del Camino, uno pronto comprende que los estudiantes universitarios latinoamericanos son, en general, un público tan inculto, despectivo y dispuesto a decirte que no tiene plata (para nada más que no sea drogas, máquinasarmas, litros de alcohol y objetos para seducir mujeres) como los gringos.
Así es como en Buenos Aires se puede ver a los estudiantes jugar a los paros y marchas estudiantiles con sus remeritas del Che, mirando de reojo que zurdita estará buena para invitarla a tomar ese popular líquido (veneno) negro a esa cadena multinacional de comida rápida (cómplice del bendito descalabro mundial contra el cual los estudiantes protestan). “Y cuando esos estudiantes reclaman por una universidad pública y gratuita, sabiendo que en su mayoría son personas de clase media o alta que más allá de sus exabruptos (tan argentinos) de vocación social terminarán adaptándose a las reglas, incorporándose a la sociedad de consumo, mirando a los pobres de costado o ayudándolos como funcionarios de una ong con sueldo y refugios de comodidad global (esa continuidad tan práctica que el poder inventó para aquellos que reniegan de la caridad cristiana y sus fundaciones de señoras bien echándole migajas a los necesitados), pues tío”, me dice Mario Eráclito Cardoso en un furioso mail desde Mallorca, después de una fugaz visita a los Buenos Aires, “no me dan ganas de apoyarlos”.
Igual en Colombia, donde en un brillante discurso en la Universidad Nacional (ahora en vías de privatización, intervenida y asediada por servicios secretos y fuerzas policiales de represión), Camilo Torres ya hace rato vaticinó la contradicción de esos universitarios que luchan contra las contradicciones del poder mientras dura el verano juvenil para después afeitarse y ponerse a las órdenes de las grandes empresas.
Ahora en Bogotá se multiplican las universidades privadas con estratos y carreras para todos los gustos. Pero lo que más se multiplican son las peluquerías y los bailaderos (con interminables filas a las dos o tres de la tarde) alrededor de estos supuestos claustros del saber. ¿Opiniones? ¿En un país donde todos los meses es asesinado o desaparecido algún líder estudiantil?
Mientras tanto, como ya vaticinó Noemí Klein en su No Logo, los gobiernos imponen programas académicos con forma de comida rápida, sirviendo en bandeja a las grandes empresas estudiantes listos para ser explotados sin preguntar demasiado.
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Claro que siempre hay excepciones: universidades indígenas, universidades de la calle, universitarios descarriados o revoltosos (que bien caro pagan su atrevimiento) o el mismísimo Camino y su Oficina Latinoamericana de Información al Caminante.
Ahí, precisamente ahí, entrometidos, por supuesto, como siempre, en aquellos oscuros parajes donde el poder no recomienda adentrarse, están esos jóvenes chilenos que aún siguen enfrentando a los pacos reclamando una mejor educación pública bajo la mirada de la ley antiterrorista impuesta por el tigre del norte y el gobierno de esa señora, hija de un soñador torturado (ahora torturando sueños). O esos estudiantes colombianos que afrontan el miedo viajando a los lugares más calientes del país, juntándose con indígenas y campesinos, afrodescendientes y sindicalistas (y algún gringo rebelde) engrosando las filas de la resistencia civil a las políticas multinacionales siempre dispuestas a mandar paramilitares a descartar cualquier estorbo. La Universidad Transhumante o todos esos profesionales argentinos que están por ahí creando universidades populares, ninguneadas y puestas a parir hambre por el poder, el estado, esa pareja de presidentes pingüinos que se disfrazaron de derechos humanos para seguir el saqueo de recursos que inició aquel otro peronista que nos dejó a todos privatizados y en pelotas.
Ahí está también el Pancho, en Santiago, alejado del Camino para volver a pagar su crédito universitario so pena de dejarla a su tíagarante sin techo. Trabajando como un perro para pagar apenas los intereses de la deuda, calificado de inestable mental por las oficinas de recursos humanos de las grandes empresas por su singularidad y creatividad ajena a los dictámenes (dictamentes) del poder, imposibilitado de cumplir su sueño de salir con la guitarrita por los caminos latinoamericanos (a falta de financiamiento del estado o alguna oenege) en busca de comunidades desplazadas donde aplicar todos sus conocimientos de ingeniero ambiental, su brillante visión de la sociedad y su corazón tan pero tan grande que pesar de todas las trabas del poder, todavía confía en poder hacerlo algún día.
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Pero la imagen más certera de las drásticas heridas que la dictadura (y toda la conspiración de poder económico internacional que la forjó y la sigue manteniendo) ha infringido en la sociedad y la universidad chilena, la dio Nancy con su desopilante anécdota:
Aquel diciembre nuestra amiga se vio ante la sorpresa de que había reprobado una materia.
Sin preocuparse volvió a estudiar el tema (que creía ya estudiado) y se presentó en marzo.
Terminado el examen, uno de los profesores le confesó algo así como: “Nosotros ya sabemos que usted ha estudiado la materia y que ya la había estudiado en diciembre, y que es una alumna aplicada y muy inteligente. Pero para ser una buena profesional no sólo basta con eso. Durante estos años de universidad, nosotros hemos notado como usted se viste con esas ropas informales, digamos hippies…collares, faldas sueltas, pañuelos… Esa no es la vestimenta apropiada para una profesional. Así que nosotros, por su bien, como sus profesores, vamos a aprobarle la materia con la condición de que a partir de este último año de universidad guarde todos esos trapitos y chucherías en el baúl de los recuerdos y comience a vestirse como una señora profesional”.
Como en la publicidad de cualquier gaseosa, lo importante son las apariencias (y no los contenidos). Un estudio internacional realizado hace algunos años por una de esas agencias estadísticas que tanto le gustan al poder mostró que la mitad de la población de Chile entre dieciséis y sesentaycinco años posee una capacidad insuficiente de lectura de documentos en un nivel básico, cuando el promedio mundial es solo de entre diez y veinteporciento. Las personas que poseen capacidades lectoras apropiadas para la era de la información sólo llegan al diezporciento (en la mayoría de los países son el cincuentaporciento).
El estudio concluyó que los grupos más privilegiados del país (los profesionales y gerentes chilenos) poseen capacidades de lectura de documentos inferiores al habitante promedio de la República Checa.
En el test de matemáticas el país ocupa el lugar número treintaycinco entre treintayocho países participantes. El veinticincoporciento de niños con los mejores resultados no alcanzó la media general. En Ciencias, ocupa el lugar treintaycinco, por debajo de Túnez, Turquía e Indonesia.
En Santiago nos encontramos con un buen número de extranjeros haciendo maestrías en universidades chilenas. “Acá se estudia todo de memoria”, se quejaban aburridos.
Seguramente el dato también tenga que ver con que recién varios años después de que el “muñeco ese (dictador pinocho)” que mintió y mató para el poder de los tigres económicos de sur y norte fue reemplazado por otros “muñecos que siguen mintiendo y matando para el poder dizque diciéndose socialistas” (aclara el maestro Astor Alas cada vez que se pone sobre el tapete la política de ese país donde vivió como quince años entre idas y venidas). Decía, que pena (sabiendo pedir disculpas por el exabruto termodinámico), que recién varios años después de que el dictador dejará el poder, la matricula primaria (el número total de estudiantes en el sistema sin tener en cuenta el crecimiento de la población) volvió a alcanzar en Chile los niveles logrados durante el gobierno de Allende. Las estadísticas son numerosas y pueden encontrarse en cualquier página de internete, o los libros de Tomas Moulian, lo sabe bien Maturana, y también el buen Nicanor Parra, o cualquiera de esos señores intelectuales que han decidido seguir defendiendo la educación chilena a pesar de las trabas del poder y las posibilidades de ganar suculentos sueldos en universidades del norte.
También habría que averiguar que tanto le sirvió su elegante atuendo de profesional a Nancy en la isla austral de Chidwapi, donde nació. Ahí precisamente ahí, en aquel paraje al margen (marginado) de la historia de todo este mestizaje (fundido), bajo la inmensidad de esos bosques bostezando esa calma de siglos que jamás tumbarán las angurrientas conspiraciones del poder (levántate Huenchullán), en fin, entrometida en esa inhóspita sensación que tiene el fin del mundo, nuestra amiga atiende ahora a grupos de indígenas e isleños (indigentes de uno de los países estadísticamente más ricos del continente) desplazados por el gobierno chileno que, amparándose en las sombras del fin del mundo, destruye y vende la vida natural al mejor postor por encima de las comunidades que allí han habitado por siglos. Seres a los que nuestra amiga odontóloga sólo quiere darles una mejor atención sanitaria. Sin panfletos ni gritos revolucionarios, sin armas ni denuncias. Apenas quizás una pollera de lindos colores mapuches y unos aros de esa platería araucana por los que los profesionales gringos pagan fortunas en la capital (a cualquiera menos a los propios indígenas) para poder lucir su look hippie en otra capital (universidad) del norte.
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