A pesar de las nobles insignias y referencias con las que cargaba (entre ellas haber pertenecido a las huestes del Vengador a go go y el Grupo Sorna), preferí no usurpar sátrapamente el trono (a la usanza del Pere Ubú), sino más bien sacar a relucir mi gastado traje de Príncipe, remendando la situación con historias de caminantes (andanzasenebarcas) y un parche de semillas y alocados tejidos de macramé con hilo encerado.
La amistad no se hizo esperar en medio de excursiones campestres, paseos en motoneta, no conferencias patafísicas, lecciones de tejido, y extensas charlas sobre los avatares de este sangrante presente globalizado en comilonas dignas de este loco supervivir caminante (en una de esas rachas de vacas gordas que dejan suelto al perro del Príncipe Patagón)
Jefe de Trabajos Prácticos de la sucursal tandilense del Niaepba e insigne miembro del Frente por la Actualización del Festival de la Canción Polaca y la Casa Leczinsky para las artes polacas del siglo XXI, estudiante crónico de artes dramáticas, actorazo de tiempo completo, extra en baratas publicidades para países responsables de este bendito descalabro mundial, titiritero, tamborilero, ingeniero de máquinas inútiles, caminante de las serranías, empleado de una fábrica de hilos o sereno de hostería, admirador de la también benditamente descalabrada Buenos Aires, pero ante todo jardinero de oficio, el Peluca demostró ser uno de esos soñadores crónicos con el Camino, siempre hablando de ese día, pero sin decidirse nunca. De nada han servido hasta el momento mis extensas diatribas sobre lo fácil que es lanzarse sobre él, sobre el brillante cómico de la legua en el que podría transformarse con ese maravilloso don de la histriónicidad que carga día a día en su motoneta.
Hombre de raíz, el Peluca sigue ahí en Tandil, recibiéndome cada nueva visita con dignas alfombras rojas mientras día a día engrosa su ilusión de lanzarse al Camino enviando dignos emisarios en una conspiración que él ha bautizado Bosque Disperso.
Mezclando su noble oficio de jardinero con su vocación artística es que el Peluca creó este revolucionario método de hacer caminar sus raíces. Cría árboles. Araucarias y fresnos, cedrones, cactus... Y robles vástagos del vástago del árbol de Guernica que quien sabe que vasco plantó en Tandil luego de atravesar el océano.
Ante semejante muestra del carácter migratorio de las especies vegetales, el Peluca decidió comenzar a regalar retoños a trocha y mocha. Gentes de Pacheco, Flores, Almagro, Mar del Plata, Reta, Bahía Blanca, Comodoro Rivadavia, el Bolsón y quien sabe que otro lar perdido del planeta ya han aceptado su franquicia del Bosque Disperso del Peluca. Él, como buen polaco, con un inefable buen humor y cierta modorra perezosa siempre dispuesta al trago y las charlas intrascendentes (esos actos inútiles hoy sorpresivamente transformados en revolucionarios en medio de este sangrante e incomunicado presente globalizado) dibuja de a poco su amazonas personal, cría y cría árboles en los pequeños patios o terrazas de sus rotatorios hogares tandilenses. Personalmente monitorea sus crías, siembra a domicilio, y su idea (promocionada por la Casa Leczinsky) ya apareció en algún libro de arte y hasta un stand polaco de la Feria del Libro Independiente y Alternativa (FLIA) de Buenos Aires.
Cada vez que rezonga por no tener el coraje de lanzarse al Camino o a las mismísimas fauces de la benditamente descalabrada ciudad de la furia en busca de proezas artísticas, yo le expreso lo mucho que le admiro y envidio, lo mejor que estaría el mundo si todos los artistas dejáramos los inútiles desvaríos de la razón para poner nuestras manos en la tierra (la raíz) y así de una vez por todas sembrar la semilla del verdadero devenir.
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